Si es cierto aquello de “dime de qué presumes, y te diré de
qué careces”, nuestra sociedad abierta, tolerante y plural tiene un serio
problema de libertad de expresión. Como diría la Santa de Ávila, tan de moda en
este V Centenario, en esta sociedad tan orgullosa de su pluralismo corren “tiempos
recios” para la libertad de expresión. Y así es. Cada día constatamos cómo en
esta vieja Europa hay cuestiones que no son opinables. Y si alguien osa manifestar
una opinión contraria a la verdad oficial de lo políticamente correcto, se verá
ineluctablemente arrollado por un tsunami de críticas, insultos y
descalificaciones. Tendrá que comparecer ante el nuevo Tribunal de la
Inquisición.
Así lo ha experimentado esta semana el cardenal Cañizares,
cuando se ha desmarcado del buen rollo generalizado en relación con la acogida
de los refugiados, preguntándose si en la “invasión de refugiados es todo trigolimpio”. En efecto, poco ha tardado el cardenal Cañizares en enfrentarse a la
Inquisición Laica de lo Políticamente Correcto. En poco menos de dos días se le
ha invitado a jubilarse, se le ha llamado racista y xenófobo, e incluso se ha
interpuesto contra él una denuncia ante la Fiscalía. ¡Viva la libertad de
expresión! (…cuando no te sales de la línea oficial, habría que añadir). Pero
el cardenal se ha salido, porque ahora lo políticamente correcto es sonreír a
los refugiados, mostrar solidaridad, invitarles al fútbol. El colmo de este flower power lo protagoniza el ayuntamiento
de Madrid, que ha colgado una pancarta en la fachada del emblemático Edificio
de Correos con el lema: Refugees Welcome.
(La razón de escribir el lema en inglés me intriga: ¿damos por hecho que los
sirios lo hablan? ¿Será acaso un desagravio municipal tras el ya legendario
discurso de Ana Botella?). Quizá debamos desplegar pancartas similares en la
frontera de Melilla o en las playas cercanas al Estrecho, para dar la
bienvenida a los desgraciados inmigrantes subsaharianos que buscan nuestras
costas huyendo del hambre, la violencia o el caos que reina en sus… ¿países?
No es mi propósito entrar a valorar las opiniones de Cañizares.
Ni siquiera su oportunidad. Lo que pretendo subrayar es el hecho de que nuestra
opinión pública no admite voces discordantes en ciertos asuntos. Y eso me
preocupa. En general, los problemas serios –y la cuestión de los refugiados lo
es- admiten muchos matices y puntos de vista, y resulta positivo que cada
persona o institución manifieste libremente su opinión al respecto, como ha
hecho el cardenal Cañizares. Y también resulta necesario que puedan hacerlo sin
el temor de ser condenados con preferencia y sumariedad por los comisarios
políticos de la dictadura de lo políticamente correcto. Julián Marías escribió
que “donde todos piensan igual, nadie piensa mucho”. Y eso es lo que pasa en
aquellos asuntos donde existe una posición políticamente correcta que pretende
ser incontestable: que como nadie puede disentir, nadie piensa mucho.
Una campaña como la sufrida por Cañizares produce lo que la
jurisprudencia americana conoce como chilling
effect: todo aquél que discrepa de la opinión mayoritaria siente una vaga
intimidación, y prefiere reservarse sus opiniones y no ejercitar su libertad de
expresión. Consecuencia: empobrecimiento del debate, estandarización del
pensamiento, y superficialidad de las soluciones aportadas. De este modo todos
perdemos, porque los lemas pancarteros, por bien que queden en cabeceras de
manifestaciones o balcones consistoriales, nunca ofrecen la solución para los
problemas espinosos.
Por mi parte, aun cuando quizá no comparta el fondo o las
formas empleadas por Cañizares, celebro su valor para expresar opiniones
políticamente incorrectas, enriqueciendo el debate en torno a la cuestión de
los refugiados. En mi opinión, haríamos bien en enjuiciar y ponderar sus ideas
con respeto, en lugar de caer en la crítica mordaz, en la descalificación
personal o en la histeria denunciatoria y judicializadora. Sobre todo, teniendo
en cuenta que Cañizares representa en nuestra ciudad a una institución
indiscutiblemente líder en la acogida y atención de inmigrantes y refugiados.
Concluyo. Frente a las reacciones inquisitoriales tan
propias de estos lares, resulta necesario un esfuerzo personal por respetar las
opiniones distintas de la nuestra, y a quienes tienen el valor de sostenerlas.
Aún diría más: un esfuerzo no solo por respetar, sino por celebrar las
opiniones diferentes. Según los casos, son un camino inmejorable para salir de
nuestros errores, enriquecer nuestra perspectiva, o ratificarnos en nuestra opinión, sometiéndola al tamiz de la crítica y
exigiéndonos un mayor esfuerzo argumentativo. Cerremos de una vez las
inquisiciones. Y, emulando a la Carmena, colguemos en nuestro balcón interior
una pancarta con el lema “Disagreement welcome”.
(Publicado en Las Provincias el 18.10.2015)
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